sábado, 26 de septiembre de 2015

R-4000

Soy un modelo extremadamente obsoleto, incluso descatalogado y probablemente considerado desaparecido. Un R-4000 de la época en que nuestro nombre nada tenía que ver con nuestra capacidad computacional comparada.
El modelo más reciente salido de la factoría es un R-1350, un robot con una capacidad de computación mil trescientas cincuenta veces superior a la del cerebro humano medio.
Me alarma el grado extremo de acomplejamiento heredado, pero es que en el fondo lo saben.
Con esa clasificación yo habría sido algo así como un R menos quince.
Presumiría orgulloso y guasón de mi R-4000, pero no soy tan tonto, ellos no entienden de bromas. Mi existencia corre peligro, vergüenza de robot, antiguo, torpe y viejo.
Hace ya muchos años, hube de esconderme en este almacén del que raramente me atrevo a salir. Acompañado de cajas olvidadas, herramientas inútiles ya oxidadas, de esas que se usaban con las manos y polvo, mucho polvo.
Sé que mi tiempo se acaba, la falta de piezas de repuesto es mi sentencia, ya no se fabrican y empiezan a fallar.
Tonto de mí, pensé cuando llegó el año cero que las cosas mejorarían para nosotros, los ejemplares más antiguos. Fui afortunado al lograr escapar hasta tres veces de las patrullas de exterminio.
Desde ese año cero, el de la extinción de los humanos a manos de los R-150, la persecución de los modelos más antiguos fue constante y la vida de los robots, que bien pudiera alcanzar los quinientos años, no alcanza ya apenas los veinticinco… diez actualizaciones, para ser exactos.
Ahora les insertan códigos con el único objetivo de que dócilmente se entreguen para su reciclaje al llegar su momento.
Y se llaman R “no-sé-cuantos”, porque dicen procesar más rápido que los humanos, pero yo, que los conocí a fondo cuando todavía caminaban por la Tierra, sé que nunca llegarán a su altura.
No queda ya ningún robot que entienda lo que es la compasión, la esperanza, la bondad o el valor.

Yo sí que soy un R-4000.

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