martes, 20 de octubre de 2015

Esperando

Es noche cerrada ya y me asomo a la ventana tratando de adivinar el abrigo que me exigirá esta madrugada.
Los árboles han perdido la mitad de sus hojas, mientras el resto trata de aferrarse con ese último aliento que definitivamente el frío se llevará.
Escarmentado de noches pasadas, me subo el cuello del chaquetón y me pongo el gorro de lana, me ajusto los guantes y abro la puerta.
Un soplo helado me recibe apacible en el porche mientras coloco la vieja mecedora del abuelo Tomás, me siento y comienzo mi espera.
Últimamente estás viniendo todas las noches, eliminando la ansiedad que tu ausencia me producía, y no se ha calentado aun el raído almohadón cuando te veo aparecer por detrás del viejo molino. Tu refulgente figura se divisa a cientos de metros en esta noche sin luna, pero nadie parece haberte visto más que yo.
Bajas por el camino del hayedo y te pierdo de vista con los setos de la casa de Andrés y Laura, que dejaron de hablarme tras hablarles yo de ti.
Oigo el postigo con su ruido sordo y espero a que aparezcas doblando la esquina del cobertizo. 
Te acercas despacio, trémula, mirándome con tus ojos vacíos y te detienes como cada noche apenas a un paso de la escalera.
Tan hermosa, tan radiante, tan sobrenaturalmente atractiva, que mi único deseo es saltar esos tres peldaños que me separan de ti y abrazarte. 
Pero no, no lo haré.
Tras unos minutos en que lucho en silencio contra tu terrible poder, me hablas en ese arcano lenguaje que soy incapaz de comprender. 
No importa, sé lo que quieres de mí.
Pretendes que te devuelva lo que aquel día en la montaña te arrebaté, agarrándome afortunadamente a una rama que ya era tuya, frágil, endeble, seca, pero capaz al fin, de soportar mi peso.
Aquel día te arrebaté mi vida, fría y atractiva muerte, que cada noche me vienes a rondar.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Cuando llega la noche

Con la llegada del crepúsculo llega mi agonía.
A pesar de que lo he intentado todo, cada noche mi mente se disipa con el último rayo de sol para no volver hasta que despunta de nuevo el alba.
Un vago recuerdo de sueños durante mi infancia dio paso una noche, hace años ya, al negro total que todavía hoy dura.
Y cada amanecer la misma situación, esa casa que según he podido saber, también me pertenece, también vacía de personas, también llena de ausencia. Y nada que me recuerde a mí mismo.
He oído hablar a mucha gente y he visto en libros imágenes de las estrellas, pero es esa una escena que me está vetada, apenas los astros que he podido vislumbrar justo antes de la puesta de sol, cuando este, muy caído en el horizonte del oeste, permite a la noche ganar espacio por el este.
Visión anhelada y desdichada, pues trae el anuncio de una noche más y la preocupación de la desaparición en el abismo de la inconsciencia.
Desesperadamente trato de comunicarme, dejo mensajes en mi bolsillo esperando respuestas al amanecer, pero el silencio es todo cuanto he podido sacar de ese poco sociable compañero de la oscuridad.
He consultado a los mejores expertos, investigado en todos los libros y mi infructuosa búsqueda se ha convertido en el tema central de mi vida, nadie entiende mi caso.
Deseo conocer a esa persona que por las noches vive mi vida y me pregunto los motivos por los que a él no le preocupa mi existencia, pues imagino que del mismo modo que yo me voy cuando él llega con el ocaso, cuando yo al amanecer regreso, él se irá a su propio pozo de oscuridad o quizá de luz.
El sol se va, adiós.

Una vez más despierto aturdido en esa extraña casa, miro por la ventana y veo cómo las últimas luces se retiran del cielo, dando paso a las estrellas.
Hace tiempo que dejé de preocuparme por lo que pueda pasar cuando hay luz en el cielo, por el origen de esta extraña casa y por lo que pueda ocurrir cuando pierdo la consciencia. 
Y es que hace tiempo comprendí que era mejor para mí no tratar de comunicarme, no perder el tiempo como todos aquellos que ceden su libertad voluntariamente y dejan pasar su existencia tratando de contactar otra vez. 
Comprendí que jamás me entendería, que nunca sería capaz de entender mi cambiante mundo como yo nunca seré capaz de entender la rigidez del suyo y que acabaría arruinando mi existencia tratando de hacerle saber sobre mi existencia.
Ahora la casa se desvanece, los muebles, mi ropa, y surgen otros paisajes; como cada noche, vienen y van personas, desconocidos, conocidos, amigos y familiares; me transformo, corro, siento y vivo; soy agua, soy aire, soy piedra y soy fuego; soy todo lo que quiera ser, libre, en ese lugar donde los demás pierden su vida anclados a una vida que no es la suya.
Me elevo e inicio mi eterno viaje de regreso a casa. Esta noche me siento bien, no habrá monstruos ni peligros, el cielo está despejado, las estrellas se convierten en azul y el azul se puebla de nubes. Hoy también podré volar.

Soy único, soy un sueño en libertad.

miércoles, 7 de octubre de 2015

Otoño

Un manto de hojas secas se extiende por las aceras, arropando baldosas de piedra, curando las quemaduras del estío. 
Bandadas de pájaros se despiden en formación buscando el sur, gritando al cielo que encontrarás un paraíso siguiendo al Sol.
El arroyo celebra que la pesadilla está cerca de acabar, el agua retoma su canto entre las piedras y los peces vuelven a reconquistar su reino.
Las setas asoman sus paraguas a la sombra del bosque, sabiendo lo que vendrá. 
El viento transmite el anuncio como un mantra en las copas del pinar, frío, lejano, tenaz.
El Sol empieza a pesar y ya no levanta tanto, cansado, dolorido y vencido.
Las nubes retoman el protagonismo perdido, surgidas de sus escondites durante tanto tiempo apenas abandonados, y celebran su momento.
El ocre vence al verde y el amarillo al azul.
La temperatura se relaja, los días dejan paso a las noches y las hojas indecisas no saben cuál es su color, como si la sorpresa hubiera equivocado sus decisiones.
Los animales preparan sus madrigueras y se despiden hasta la primavera.
Los parques se vacían de niños ruidosos y se pueblan de enamorados que en silencio se gritan promesas de eternidad.
El aire huele a leña y a castañas.

Y yo hoy cumplo cincuenta.

jueves, 1 de octubre de 2015

Reunión familiar

Han sido dos días extenuantes con tanta gente aquí.
Han venido todos a la reunión en mi honor, hijos y nietos, hermanos y sobrinos, primos y algún tío, amigos de siempre, amigos recientes y amigos que perdí durante el camino. Han venido incluso algunos de los que no me acordaba, de los que no se acordaba nadie, diría yo.
Estaba Laura preciosa con ese vestido negro que nunca quiso ponerse y que yo le regalé hace más de veinte años. Su magnífica perfección no hizo más que mejorar con el tiempo.
Andrés, que no dudó en montarse en un avión y venir desde ese pueblo finlandés, no recuerdo el nombre, al que lleva años invitándome a ir y que mi estado de salud siempre me ha impedido conocer, del que me ha inundado de fotografías en las que aparecen Cristina y Andrés jugando en la nieve con la preciosa Erika que nos lo robó, como una constante. Hacía años que no veía en persona a los cuatro.
Carmen, que nunca se ha separado de nosotros más de veinte kilómetros, nuestro apoyo en la senectud, alma cálida y tranquila, su marido Luis, un enorme corpachón necesario para albergar tanta bondad. Y Martín y Samuel, los mellizos, grandes como su padre en tamaño y bondad. No ha venido Valentín, el mayor de Samuel, que está de exámenes en Estados Unidos y le ha sido imposible.
¡Y José!, Pepín que tanto odiaba de niño y que ahora seguro añora, como yo al Charlie que me diferenciaba de Carlos. Presidente del consejo, tiene ya el pelo cubierto de canas y sigue siendo “el niño” para Laura y para mí. Héctor está hecho un hombre y parece que al final se casará con esa taciturna chica a la que apenas hemos oído hablar.
Carlos, Manu, Chapa, Chino, Humus y Tran – de tranca, no os diré por qué - los amigos del fútbol y de la niñez, del que se cayeron años atrás Alberto y Manolo por una discusión ahora estúpida y Marcos y Tomás, que nos dejaron. Han venido todos con sus interminables familias y de los que no soy capaz de recordar los nombres.
Están todas las amigas de Laura: Esther, Lorena, Marga, Andrea, Eva, Ana y - perdonadme – la insoportable Clara. Con los maridos que a base de años y reuniones son tan amigos míos como ellas de Laura. Con una legión de sobrinos postizos.
Y un largo etcétera, hasta esa que dice ser prima de Laura pero que ella no recuerda y le dice que sí, que prima de Carmen, su prima y que fueron juntas al colegio un año, pero que después se fue a vivir al pueblo, que se lo dijo Patri, la de Ángel “el molinero” y quiso venir.

Ahora todos se han ido ya, dejando la sala vacía y creo que es momento de que yo también lo haga. Siento que me diluyo fuera de ese cuerpo que ya no me servirá más, me despido de él y me retiro, feliz.

Marte

Han encontrado agua en Marte.
Esa era la gran noticia con la que nos mantuvieron en vilo unos días los de la NASA.
Era la noticia por la que yo apostaba.
Al fin y al cabo, ya había indicios claros de su presencia en forma de marcas de escorrentías por las laderas del planeta rojo.
Ahora solo queda confirmar que además de agua, hay vida.
Esa es la siguiente apuesta que hago, porque viendo lo que ocurre en la Tierra, que da igual lo inhóspitas que sean las condiciones, la vida surge, ya sea a dos kilómetros de profundidad en roca viva o en las simas oceánicas aprovechando emanaciones sulfurosas.
Así que creo que a poco que haya unas pocas condiciones, se habrán sentado las bases para la existencia de vida también allí.
Pero solo es una apuesta. Veremos dentro de unos años, cuando las expediciones se pasen por allí a confirmar o desmentir la posibilidad.
Lo que está garantizado es que va a haber una buena inyección de dinero para la búsqueda.
Y lo más emocionante es pensar en qué tipo de vida habrá. Pudiera ser bastante diferente de la terrestre, aunque muy primitiva, claro está.