Tan solo tengo un segundo para recordar cual ha sido el
motivo que me ha llevado a esta situación.
Quizá porque en el último momento antes de salir, he
recordado que olvidaba las gafas de sol y he regresado por ellas, o por dejar
pasar ese coche destartalado, que si bien le debía ceder el paso, iba tan
despacio que hubiera tenido tiempo de sobra para pasar, o por no detenerme en
ese semáforo que he pasado en ámbar o quizá porque he decidido viajar a esa
velocidad y no más deprisa o más despacio.
Prefiero pensar, y ya he consumido la mitad de mi tiempo,
que el destino había colocado una equis en el calendario de mi vida y que nada
de lo que hubiera querido o podido hacer, habría cambiado la situación y que
tendría que acudir a mi cita con el destino.
Veo el camión precipitarse desde el puente que cruza la
autovía y no me veo capaz de hacer nada para evitar la colisión.
Mi segundo ha pasado.
Piso el freno hasta que creo que el pie atravesará el fondo
del coche y con un violento giro, el coche se detiene un segundo después,
dejando el camión atrás, destrozado contra el asfalto por el que
inexplicablemente he pasado sin daño.
Quizá el destino solo pretendía hacerme un guiño cruel,
mostrándome tan solo el final del camionero, apuntarme con el dedo para hacerme
saber que yo también tengo una equis marcada en mi calendario y que hay una
cita ineludible en la que nos veremos otra vez.
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