Casi al final de mi andadura echo la vista atrás y siento un
extraño vértigo por el camino recorrido, mi vida se acaba y a pesar de los
gloriosos recuerdos, que no detallaré por verse desde esta perspectiva
irrelevantes, ahora el miedo se apodera de mí.
Apenas me quedan recuerdos de mi infancia. Un pinar, la
nieve y el viento constante a mi alrededor, pero sobre todo el frío, un compañero
helador que lo impregnaba todo y del que no podías escapar, que solo el tiempo
y la distancia consiguieron doblegar, dejando un poso amargo en la nostalgia de
la niñez. Tiempos duros para un ser tan joven, pero creedme si os digo que eso
te forja el carácter y lo templa, enseñándote a luchar incluso contra los
enemigos invencibles.
Llegó la juventud en todo su vigor, ganando fortaleza a cada
paso, pero siendo todavía época de esquivar obstáculos poderosos más que de
enfrentarme a ellos, - ¡ya habrá tiempo! – solía pensar mientras el tiempo
corría.
En aquella época conocí a Guadalupe, hermosa, cálida y dulce,
que sin apenas conocerme y sin dudar se unió a mí en mi caminar para desde
entonces hacerlo unidos, en un vínculo que llegará hasta la muerte. Con ella me
convertí en imparable, nos comimos el mundo. Los obstáculos ya no eran
esquivados, sino apartados a veces con violencia, a ritmo vertiginoso, fiel
compañera.
Inexorable el tiempo, la madurez nos alcanzó y con ella
llegó la prudencia. Seguimos nuestro andar poderosos, pero más cautos,
contaminados por las gentes que encontramos y cargados de experiencia de vida.
El ímpetu de juventud se transformó sin percatarnos en aplomo, paciencia y
serenidad.
Perdonad mis recuerdos vagos, pero se confunden tras haber
quedado tan atrás.
Ahora nuestro andar casi se ha detenido, lento, meditativo y
tembloroso. Ni la experiencia vivida nos ayuda cuando lo que fue seguridad se ha
convertido en dudas.
Y es ahora cuando el miedo realmente me atenaza, en el
momento en que todos los miedos de la vida quedaron atrás, uno más veraz se
apodera de mi alma. Trato de ocultárselo a Guadalupe, pero ella me conoce mejor
que yo mismo ya y más valiente, trata de consolarme con su abrazo.
Dicen que al final del camino hay un gran pozo, un hoyo
infinito donde todos caemos y donde nuestro destino se une, se mezcla y se
contagia, en espera de un nuevo comienzo, una esperanza.
Dicen que al final del camino está el mar.
¡¡¡¡Precioso!!!! Y tan real...
ResponderEliminarEres como el Nilo el Missisipi,como el Pacifico que tu eres.
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